Cuando tenía seis años mi papá solía llevarnos a mi hermano y a mí a comer al centro,
no recuerdo bien los lugares pero siempre era comida chatarra de esos típicos locales que se encuentran llenos a las 2 de la tarde en el Paseo Ahumada. Después era sagrado que pásaramos a los ya desaparecidos juegos Diana, ese era nuestro panorama familiar cuando salíamos los fines de semana o pasábamos a buscar a mi papá al trabajo con mi mamá.
Recuerdo una vez que mientras estábamos comiendo, un niño entró a pedir monedas a las mesas. Creo que mi papá no le dio monedas, a los seis años no entiendes bien por qué hay otros niños de tu edad que tienen qué pedir para poder comer, recuerdo que esa vez mi papá se molestó bastante por ver a ese pequeño entre la gente e incluso más de una vez nos dijo "Acá no pasemos a comer, porque no me gusta que entren ellos a pedir".
La verdad es que no le tomé importancia a la situación a la verdad, ni tampoco me pregunté el por qué de la respuesta negativa de mi padre. Sin embargo, con el paso de los años esto se volvió a repetir, pero las veces que pasaba estaba sola comiendo o con alguien más, pero no estaba mi papá para protegerme de ver esa realidad.
Hoy mientras esperaba a mi mamá, decidí hacer hora comiendo en el patio de comidas de un mall capitalino, estaba sentada ya terminando mis papitas cuando me puse a observar a la gente tragar sus porciones de la mesa.
De repente, entre toda esa indiferencia y la carrera de quien termina más rápido su hamburguesa, apareció un niño que no tenía más de nueve años entre las mesas, vestía una polera amarilla y pantalones café, su piel era de tono oscuro y tenía una expresión de tristeza.
Observé detenidamente su travesía para conseguir algo de dinero, de todas las mesas en las que se detuvo a pedir la respuesta fue un no, muchos ni siquiera eran capaces de levantar sus cabezas para darle una respuesta como la gente. Ya casi llegando al final del patio de comidas, salió a la terraza a probar suerte, al parecer no le fue tan bien pues al poco rato llegó un guardia que lo ahuyentó. No aguanté las ganas y le fui a preguntar al mismo guardia que espantó al pequeño, me dijo que "regularmente" aparecía en el lugar y que no era el único, "no sabría decirle más señorita", fue lo que me respondió amablamente, con una escueta sonrisa de decepción le di las gracias y me fui a buscar a mi mamá.
Probablemente mi papá si trató de protegernos de ver eso, no es que no quiera ver la realidad, pero la impotencia de ver cómo somos tan poco humanos a veces que ignoramos a los demás, estando en el mismo tiempo y lugar es algo que no me deja de sorprender. Nos hemos vuelto tan personalistas que no somos capaces de deternos unos breves segundos para escuchar al que está al lado.
A lo mejor ese niño volvió a su casa sin conseguir nada, quizás no necesitaba el dinero y son sus padres quienes lo obligan a trabajar de esa manera, existe la posibilidad de que sí necesitaba el dinero para él y no tenga donde dormir, tal vez no sea más que un niño que anda robando en la calle, nunca sabré lo que ocurrió con él. Por pocos segundos me conmovió verlo, aún estando consciente de la realidad por la que muchas veces se ven obligados a pedir, ningún niño prefiere pasar de mesa en mesa tratando de conseguir dinero en vez de jugar con sus amigos. Por un momento sentí que es una sociedad injusta, por algunos segundos creí que no somos los suficientemente humanos cuando se trata de ayudar, por unos minutos no sentí más que impotencia.